La bellísima habitación ubicada en el torreón del Pazo de Vilaboa fue testigo cómplice de la alegría que se desbordó desde primeras horas. Iria y sus amigas montaron una verdadera fiesta, ataviadas con camisas blancas y carmín, a golpe de brindis y tacones recién estrenados. Un preludio fantástico de cómo iba a desarrollarse la Boda de Iria con Alberto. Sus amigas, convertidas en damas de honor vestidas de color coral, precedían a una novia radiante que bajaba las escaleras conteniendo la emoción, que se desató al verle a él, a Alberto.
A partir de aquí, esa emoción se convirtió en la verdadera protagonista de esta preciosa boda civil, en la que desde los abuelos hasta los más pequeños disfrutaban de la alegría de verse juntos para celebrar algo tan especial. Ya delante del plato, entraron los novios, relajados, ella sin el velo, él sin la chaqueta, y dispuestos a entregarse a su gente y al día, para que ese día tuviera más horas, porque todo estaba resultando según lo habían planeado, incluso mejor. Es difícil encontrar una fotografía, en su reportaje, que no esté llena de emoción y sentimiento, diversión y alegría. Así tiene que ser una Boda, magnífica de principio a fin. Y así fue la Boda de Iria y Alberto.